martes, 21 de octubre de 2008

Claves para entender la Crisis Económica III: La obra teórica de Lenin

A pesar de las reservas ideológicas y políticas derivadas de los intereses y las posiciones de clases y de los matices críticos conocidos, desde finales del siglo XIX, la intelectualidad liberal europea asumió las tesis de Carlos Marx en los campos de la Economía Política y Sociología. No ocurrió lo mismo con Lenin que por liderar la Revolución Bolchevique, fue estigmatizado y a quien occidente, incluyendo la izquierda socialdemócrata, no reconoce meritos científicos.
La obra teórica de Lenin quien apenas vivió 54 años, la mayor parte de ellos exiliado y hostigado por la reacción y dedicado a tareas organizativas, está constituida por escritos periodísticos y folletos de naturaleza política, casi todos envueltos en polémicas en torno a las tácticas, la estrategia y otros aspectos de las luchas revolucionarias. Después del triunfo bolchevique, su producción intelectual se relacionó con las tareas concretas de la edificación socialista, el enfrentamiento a la contrarrevolución y a las desviaciones del movimiento revolucionario.
En el contexto de esa obra, por su universalidad y calado teórico, sobresalen dos títulos, imprescindibles en la formación cultural y teórica de ciertos perfiles profesionales, ellos son “El Estado” y la Revolución y el “Imperialismo, Fase Superior del Capitalismo” de inestimable valor como referencias históricas y herramientas teóricas para comprender la actual crisis que conmueve el sistema capitalista.
Los economistas de formación marxista, incluso cuando no lo sean por sus preferencias políticas, comprenden mejor el momento presente porque para ellos, las crisis del capitalismo no son accidentes, casualidades ni coyunturas infaustas, sino resultados naturales e inevitables del modo de operar del sistema que, a la anarquía y la desregulación que conoció Marx, ha incorporado el despilfarro de las sociedades de consumo, una arquitectura monetaria y financiera internacional ajenas a la economía real, asentadas en la especulación y en políticas económicas basadas en endeudamientos masivos y déficit gigantescos.
En su obra el Imperialismo Fase Superior del Capitalismo, escrita en 1916, en medio de las tensiones de la Primera Guerra Mundial y en vísperas de la Revolución Bolchevique, Lenin examinó las características esenciales de un nuevo estadio del capitalismo que denominó imperialismo, que no estaban presenten en vida de Marx, que son esenciales para comprender la nueva etapa del sistema y que se basan, no tanto en la producción, como en deformaciones introducidas en los sectores bancarios y financieros.
Entre esos factores Lenin examinó la concentración del capital financiero en los grandes bancos de los principales países capitalistas, la formación de la oligarquía financiera y el carácter parasitario de esta nueva clase de capitalistas de dinero que amasan enormes fortunas, empujan a la guerra, imponen regulaciones comerciales, distanciándose cada vez más del trabajo y de la gestión económica concreta.
Esa oligarquía impone un sistema monetario que trasciende sus fronteras, acentúa y utiliza como mecanismo de dominación no tanto la exportación de mercancías como la de capitales. De aquellos antecedentes, expuestos por Lenin hace 92 años, provienen las atroces deformaciones que han conducido a la crisis actual y que pueden terminar en una tragedia de proporciones universales.
El Estado y la Revolución, escrito al año siguiente, en 1917 en vísperas del triunfo revolucionario, forma parte de los apremios por completar una comprensión funcional de la sociedad, con el fin de contar con una herramienta teórica para abordar la inmensa tarea de edificar el poder revolucionario y crear nuevas instituciones, entre ellas lo que él creía debería ser un nuevo tipo de Estado, el estado soviético y que a la larga, no por su culpa, resultó un empeño fallido.
Una de las ideas centrales de aquella obra es la reflexión acerca de que, como instrumento de la clase dominante, el Estado representa los intereses de la clase dominante en su conjunto y no de ningún segmento de ella y mediante certeros razonamientos prueba que precisamente, para preservar sus intereses, la clase dominante está más interesada en contar con instituciones que aseguren el “normal” funcionamiento de la sociedad y atenúe las contradicciones. El Estado debería ser el instrumento de la burguesía para conjurar la crisis que puede anteceder a la revolución y no quien la genere.

Atesorados como parte de una cultura general integral, los criterios de la sociología y de la economía política marxista, permiten comprender mejor el proceso mediante el cual, el Estado norteamericano se desligó de sus compromisos para con la sociedad en su conjunto y el bien común de los ciudadanos y llegó a caer en manos de un sector, que en lugar de usar sus resortes para conducir al país y dirigir la sociedad, los utiliza en su propio beneficio.
Las deficiencias en la administración de la economía y la conducción de la sociedad mostradas por la elite ultraderechista y neoconservadora encabezada por Bush, no han afectado sólo los intereses de los trabajadores y los pobres de los Estados Unidos, sino los de Estados Unidos y del capitalismo en su conjunto. Desplazar del poder a esas tendencias es ahora de vital importancia no sólo para el pueblo y las elites dominantes en Estados Unidos, sino para la burguesía mundial que ve arder las barbas de su poderoso vecino. Al parecer, no estaba Lenin tan desencaminado como he oído decir. por Jorge Gómez Barata
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